La democracia es una forma de gobernar que se traduce en distintas ramas: en la conducción de la economía, en la distribución del uso de recursos públicos, en la cobertura de programas sociales e infraestructura, en la inclusión de contrapropuestas o en la forma de comunicar al público. No sólo el respeto a la diferencia sino la incorporación de los contra argumentos es signo de democracia. ¿Qué tanto se practica en México?
La democracia está no sólo en la denominación del régimen político sino en la cotidianidad entre ciudadanos, habitantes, grupos de interés; en respetar la aportación del opuesto y tomar la decisión entre los más posibles. Contar con un referente de perspectiva para procurar mayores elementos de análisis, es útil para rebasar coyunturas de mundiales de fútbol y dinámicas inmediatas de discusión y negociación en el Congreso (léase energética, telecomunicaciones o reforma política). Por ello quisimos dedicar este texto a recordar un poco de historia del Congreso, el gobierno dividido y las reformas a la Constitución.
Bicentenario (se dice fácil)
Uno de los aspectos más atractivos de revisar la formación del Congreso transcurrido el bicentenario es que la representación legislativa, como tal, nació incluso antes de que México se declarara independiente. En 1809, durante la ocupación napoleónica en España, en los territorios peninsulares en resistencia contra la invasión francesa, hubo un llamado a los americanos para designar diputados que los representaran ante la Suprema Junta Central de España y de las Indias en Sevilla.
En plena guerra insurgente, ese Congreso deliberó, legisló y tres años después promulgó la Constitución de Cádiz, la cual tenía como apartados más importantes la derogación del poder absoluto de la monarquía y el reconocimiento de iguales derechos de ciudadanía entre peninsulares y habitantes de las colonias españolas. La importancia de esta constitución para la historia de América fue enorme, prácticamente todos los textos constituyentes de las naciones americanas la tomaron como base. Para el caso de México, esto se puede apreciar mejor si se nota que uno de los representantes de la Nueva España ante las Cortes fue José Miguel Ramos Arizpe, quien años más tarde, en 1824, sería uno de los participantes más activos en la promulgación de la primera Constitución Política de México, ya como nación independiente y soberana.
Si tuviéramos que emplear una metáfora, se podría decir que la formación del Congreso en México y su andar a través de doscientos años ha sido semejante a la experiencia de subir a un carro de montaña rusa y sentarse en la primera fila sin abrocharse el cinturón de seguridad. El siglo XIX significó para el Poder Legislativo caminar sobre terreno fangoso, accidentado e incluso quebradizo, aunque sin duda alguna, enriquecedor y constructivo. Entrado el siglo XX, la pluralidad política marcó la división de Poderes con casos parlamentarios sorprendentes; y hacia mediados de siglo, el Congreso comenzó a paralizar su mecanismo democrático y la dinámica de debate. Para finales de del mismo siglo e inicios del presente, la actividad legislativa se potencializó y el gobierno dividido se afianzó.
La gestación del Congreso como ahora lo conocemos duró prácticamente cien años. E incluso, después de éstos, transcurrieron seis décadas más para que hubiera mayor certeza regulatoria en la operación de los órganos parlamentarios y en la toma de decisiones sin una mayoría predominante.
El Congreso ha tenido distintas facultades parlamentarias: ha estado compuesto por una o dos cámaras; ha habido, desaparecido y resurgido la reelección; se ha integrado con legisladores que fungían por periodos de dos, tres, cuatro y seis años; se ha organizado en grupos de trabajo temáticos que conforman las comisiones; ha otorgado facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo para gobernar; ha desaparecido poderes en los estados; ha realizado funciones jurisdiccionales para establecer responsabilidades a servidores públicos; ha colaborado con distintas investigaciones especiales del funcionamiento del gobierno.
El Poder Legislativo ya rebasó su aniversario de plata (veinticinco años) con la experiencia de negociar, aprobar y funcionar con un gobierno dividido, en el que el partido en el gobierno no cuenta con mayoría calificada de legisladores para modificar la Constitución. En 1988 empezó este periodo.
600 reformas
A 97 años del Constituyente de 1917, se han reformado 617 artículos constitucionales; lo que significa un promedio de seis artículos reformados por año. A lo largo de treinta y cinco legislaturas con las composiciones más diversas, el Presidente que más reformas ha tenido en su periodo es Felipe Calderón del Partido Acción Nacional (PAN) y en segundo sitio Ernesto Zedillo del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Cabe resaltar que con menos de dos años de gestión de Peña Nieto (PRI) el once por ciento de los artículos constitucionales reformados entre 1917 y 2014 corresponden a su sexenio.
Es aún más significativo en cuanto al comportamiento institucional y de negociación en el Congreso, que uno de cada dos artículos reformados ha sido aprobado por gobiernos divididos (el 55 por ciento) en los que el partido en el gobierno requiere negociar con el resto de los partidos políticos para modificar la Constitución. La pluralidad partidista, en este sentido, ha generado mayor dinámica y reformas desde 1988.
Negociar: pan de cada día
La negociación es una característica de la democracia que es urgente reconocer y estar conscientes públicamente de ello. Se presentan argumentos, se sopesan, se buscan conciliar los opuestos, se modifican los argumentos originales y se votan para tomar una decisión pública. Eso ocurre en el Poder Legislativo de forma permanente. En los congresos, en los partidos, en la cosa pública e incluso en la esfera privada. Es parte de un ejercicio democrático.
En este sentido no hay sorpresas de que una bancada negocie con el gobierno en turno, de que las cabezas de partido transformen las negociaciones con el Ejecutivo, partidos o gobernadores, en votos a favor, contra o abstención de determinadas reformas. En México y el resto del mundo existe negociación.
El contexto y requerimiento de cualquier interesado en la cosa pública es informarse, construirse una opinión y decidir si se está a favor o en contra de las reformas legales o constitucionales que se alcanzaron. Es ahí cuando el músculo de la democracia comienza a tomar forma: en los ciudadanos y en la vigilancia de lo público para decidir, para opinar y en dado caso, para buscar influir en las decisiones públicas que toman los legisladores.
No hay reforma que sea el nirvana (estado de liberación del sufrimiento o estado de felicidad, en el concepto budista) por sí misma. Las reformas requieren engrosarse, utilizarse, aceitarse, vigilarse y exigirse con las acciones individuales que cada uno tome, con independencia de lo que políticos, servidores públicos y legisladores hagan. La reelección de diputados, senadores, alcaldes o la reforma de transparencia con un organismo garante, requieren de un acompañamiento permanente de ciudadanos que practiquen y enriquezcan la democracia.
María del Carmen Nava Polina
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